sábado, 22 de febrero de 2014

Peta Zetas en la boca del muerto


No estaría mal que hiciéramos un alto en el camino, en este valle de crisis y lágrimas, para refrescarnos con un poco de risa en forma de divertimento literario leyendo el último libro de Juan Soto Ivars, ganador del XVIII Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla. Se trata de Ajedrez para un detective novato, un divertido y delirante libro policíaco que nos cuenta, en forma de memorias, la rocambolesca historia de un negro del mundo editorial que la vida empuja hasta convertirlo en el aprendiz de Marcos Lapiedra, el más mujeriego e impresionante detective de todos los tiempos. Es curioso que detrás de este libro esté el autor de Siberia (2012), una novela de tonalidad bien distinta, esteparia, sufriente y que nos hablaba con cierto desengaño sobre la noche madrileña y la culpa. En efecto, el cambio de color del camaleón Ivars desde Siberia hasta zonas más lúdicas de la palabra nos demuestra que tenemos en él a un escritor con lengua extensible, incapaz de estarse quieto y con ganas de probar nuevas líneas que atrapen apetitosos insectos que acabarán en la página, para goce y disfrute del personal. Variado gourmet a gusto del lector. Casi nada.
Solamente tienen que asomarse a España is not Spain, su habitual sección de El confidencial, para darse cuenta de que Ivars puede retratar nuestro país haciendo que nos partamos de risa a la vez que descubrimos el sinsentido de escribir como si nos hubieran traducido del inglés. Esa era la sensación que algunos teníamos al leer novelas paridas por gente de aquí que había sufrido graves intoxicaciones de Carver o de Kerouac. Eran surfistas con tablas de planchar que tenían mucho miedo a cadencias más clásicas de la prosa y a los cambios de género. Por eso, a uno le sube la regla de gusto cuando lee Ajedrez para un detective novato y comprueba que la prosa puede brillar como un cervantino metal, aunque Ivars utilice para ello la mugre castiza de nuestra España más rancia y binguera. Y es que este escritor murciano puede implicar a Bertín Osborne en una frase sin que esta pierda el empaque que merece la buena literatura. Pero claro, para eso es preciso llevar en las venas hectolitros de Valle Inclán, de Jardiel Poncela o de Umbral, y los estómagos están delicados después de tanto cómic en prosa. En Ajedrez para un detective novato uno siente ese agradable vértigo de cercanía/lejanía con lo moderno/clásico. Es un pulp de raíz, rítmico, inteligente, trabadísimo, que nos empuja al ansia de la lectura y nos dispara imágenes en el cerebro como si estuviéramos más allá del cine. Por eso no debería sorprendernos que fuera uno de los heroicos abanderados del Nuevo Drama, movimiento dispuesto a traernos cosa buena, prosa adictiva y de calidad, emoción verdadera e impulso de savia genealógica. A lo mejor, con escritores como él, vamos dejando poco a poco atrás la cantinela de “qué mal está el panorama literario actual”, que ya empieza a resultar cansino ese cuento, a base de repetirlo. Todas esas quejas no son nada más que fascismo de la mediocridad, que como todo fascismo no razona, repite. Viene de este modo Ivars a practicar una divertida respiración asistida a un muerto llamado España, el animal herido que echa por la boca espumarajos y cifras espantosas de paro. Y para ello introduce una dosis adecuada de sus Peta Zetas literarios en la boca del difunto, no con la esperanza de recuperar las constantes vitales de su PIB (la receta para conseguir eso es posible que esté en algún manuscrito póstumo de Einstein sobre la Teoría de la Relatividad) sino para que el cadáver sienta esas cosquillitas de eternidad que produce la buena literatura.

Ajedrez para un detective novato
Juan Soto Ivars
Ediciones Algaida 2013 



viernes, 24 de enero de 2014

¿Y no habrán de resucitar los vivos?


Hay escritores que piensan que el contenido político de la literatura acentúa antiestéticamente las arrugas del texto cuando pasa el tiempo. Escritores que piensan que la ideología es un depreciador de lo artístico que hace que la palabra escrita envejezca mal. Algunos escritores ven en Cortázar a un genio artísticamente enflaquecido por el compromiso. En ocasiones, se trata de veganos de las letras que solo piensan en su puesto en los altares, guiados por un insaciable e individual afán de panteón. Un selecto ganado porcino que acude al matadero de las editoriales para intentar resucitar a Cervantes o a Kerouac usando respiración asistida, alentados por los deseos de alimentar con su carne al interminable monstruo de su vanidad.
Pero no nos interesan. Ellos no nos interesan. Su panza se desinfla si dejamos de mirarlos y vale la pena dedicarle los esfuerzos y la atención a gente como Viktor Gómez, que sabe que el sufrimiento, el desahucio y las luchas de los demás pueden ser el barr(i)o de un escritor, su materia prima, el anclaje para abrocharse al suelo y no pretender el absurdo parnaso de los snobs. Estamos aquí para hablar de Pobreza, su último libro, y para demostrar con su ejemplo que las ideas no solo no deprecian el arte (ese otro precio, el que no se cifra en oro), sino que le sirven de soporte, de justa vara de medir, de acicate en la búsqueda de la belleza, cualquiera que sea su forma.
Pobreza es el último libro de Viktor Gómez, sí, pero aparte de eso es muchas cosas más:

Pobreza es la voz de los desobedientes, de los incómodos, una instantánea del dolor. Pobreza es la humanidad como un botón muy flojo en la chaqueta, la fragilidad de los sumergidos. Sus páginas son centros de internamiento para extranjeros, barrios invisibles, lugares donde confundirse con los que sufren, donde adoptar su color y compartir su carne para que nos duela el mismo cuerpo.

...al amparo de lo previsto en el artículo 137 puede usted morir usted tranquilamente en su puesto de trabajo en el caso de recurrir ingrese primero la cantidad monetaria intimidatoria pertinente..

Pobreza es la oscura luz que abre los ojos, el momento en que intuimos que chocar es nacer, una alternancia de tinieblas e iluminaciones. Pobreza es vivir a ciegas y en los tumultos. Es saber que hemos tropezado violentamente con las claridades, contemplar cómo se desfiguran a plena luz del día las mentiras, oír cómo la luz se deshace y nos depone su amarga moneda.

aprieto el puño abro la mano y espolvoreo la luz
abro la mano cierro el puño y amaso sombra


Pobreza es un poema al que le huele el hocico a pólvora, una bala certera, una distancia corta, lo que, menos mal, nos queda aún en celdas y túneles. Pobreza es el olfato que nos permite descifrar la trampa, en una ciudad cercada por barreras y candados. Pobreza es estar sitiado por policías y modelos en frenesí, ser arrollado por caballos en tropel... el temblor de la tierra pisoteada.

                             no sé jugar con piedrecitas
                             pero sí adivinar
                             en qué mano te besó
                             la ortiga

Pobreza es un poema que se habla a sí mismo, tanto que parece una espontánea secreción de la página. Es poesía al acecho, el poema que se persigue y se acorrala, la criatura a la que se le obliga a respirar bajo nuestras armas. Pobreza es la persecución del verbo, miles de ciervos huidos.


el poema baja sucio de luz lávalo contra tu pecho no finjas otra voz lee depacio que el bicho abra las alas que se lleve lejos tu niña


Pobreza es Celan en mitad de la acera, en un descampado, en la cola del metro. Pobreza es no pronunciar la jaula, un poema al que le han arrancado las comas de las frases. Pobreza es la colección de fragmentos de lo que fue pisoteado, una sucesión de vacíos, de espacios, de alambres, de ladrillos, de voces...

-¿cómo se llama lo antes desnudo?-


Pobreza es también un fragmento de intimidad, un lugar de El libro de Jana donde descansar del ruido, donde apartarse de la corriente para dejarse llevar.

ahora que viajo a la velocidad del silencio

guardo en mi sangre esa música

Pero, sobre todo, Pobreza es un germen, una semilla, una incitación. La chispa necesaria para que ardan todas las páginas que no dicen nada.

¿y no habrán de resucitar los vivos?



Pobreza
Viktor Gómez
Editorial Calambur 2013